Esferas en el cielo de Ibrahim


Sudor. Calor. Frío repentino. ¿Por qué había perdido así la calma, si aquel secreto -aún- estaba a salvo?

El día se hizo eterno y sus nervios crecieron con el paso de las horas. Entrada la noche pudo comprobar que el cielo, y tal como había sucedido durante la jornada anterior, denotaba un aplomo difícil de entender.

¿Qué estaba sucediendo con el mundo?

Las nubes enrarecidas y la "luna apagada", eran el escenario perfecto de aquellas aves que migraban al otro lado de la ciudad. Debajo se encontraba él, recreando una y otra vez, cada imagen del extraño suceso.

¿Qué pasaría esta vez? Sin dudas regresaría al sitio desde donde había divisado aquella esfera blanca, desplazarse raudamente por el cielo... ¡A lo mejor la vería otra vez! ¿Y si no era así? ¿Y si lo suyo había sido una mera ilusión?

Tenía que buscar alguna evidencia, alguna señal, algo que lo ayudara a entender lo que sucedía.

¿Y si le pedía a sus hijos que lo acompañaran? No... No era buena idea porque lo tratarían de loco y perdería con mucha facilidad su credibilidad. Mejor iría solo y llevaría consigo su vieja cámara para captar el avistamiento.

Cerró la tienda a las 9 de la noche, y con la escusa de ir a cenar con un mercader que venía de Damasco, y con quien pronto entablaría relaciones comerciales, partió al lago Ifni... un lago del que recelan los propios berberenes por creerlo encantado por Djinn o los espíritus.

Mmmm esto de mentirle a su familia le trajo un mal presagio. La mentira era un vicio que lo arrastraría a la perdición... pero se consoló pensando en que esto era distinto. ¡Todos podían estar en peligro! Aun así, nada justificaba la mentira, pero no encontraba otro modo.

Tras un par de horas de viaje, llegó al lugar y se instaló en él.

De golpe, un profundo sueño se apoderó de su voluntad. ¿Cómo podía ser posible que el sueño le estuviera jugando tan mala pasada? ¿Cómo podía ser eso posible, frente a tanta adrenalina? Necesitaba tener los sentidos a pleno y sin embargo sentía cómo, una fuerza sobrenatural, le corría por todo el cuerpo hasta quitarle sus fuerzas.

De repente la noche dio lugar a un día fugaz. Un rayo iluminó el cielo en su totalidad, y lo obligó a cerrar sus ojos. Tras eso, la claridad perduró. ¿Qué estaba pasando? ¡No lo entendía!

Cuando volvió en si, se percató de estar en otro lugar. Un lugar con una energía radiante, de color blanco violáceo... sin formas... sin objetos materiales... sin límites... era tan solo un gran "vacío resplandeciente".

Intentó correr y no pudo moverse. Intentó gritar pidiendo auxilio, pero su voz se había reducido a un gemido. Sus reflejos no respondían y su presión sanguínea había disminuido tanto que, solo pudo quedarse tendido en el suelo... frente a esa infinita nada, asustado como un niño.

De un momento a otro, una voz comenzó a sonar dentro de su cabeza. Volteó sobre si para ver desde donde provenía, pero no vio a nadie... ¡porque no había nadie en aquel lugar! Aun así, esa voz se hacía cada vez más fuerte, hasta que las palabras dieron lugar a un sonido muy agudo. Tapó sus oídos, pero el silbido solo se agudizó. Preso del pánico, se levantó como pudo y comenzó a correr sin rumbo...

Corrió y corrió y la noche regresó.

Cuando volvió en si, estaba en su cama, sudando por la fiebre. Y su esposa junto a él, intentando bajarla con paños fríos.

Ibrahim la miró extrañado y buscó en sus ojos "algo" que le explicara como había regresado. Pero todo parecía seguir su curso natural.

Tomó el reloj que llevaba en el bolsillo de su túnica y le echó un vistazo. Tras eso se incorporó de inmediato, sobresaltado, agitado, angustiado... ¡Eran las 9 de la noche!

Preguntó la fecha y, para su asombro, se encontraba en el mismo día que había partido (¿o partiría?) al lago Ifni. ¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué estaba pasando? ¡Por la piedad de Alá! ¿Qué estaba sucediendo allí? ¿Con él? Si alguien no aclaraba sus dudas, enloquecería antes del amanecer. Pero, al parecer, nadie sabía de su experiencia en el lago, en esa experiencia que hechaba a tierra todas sus creencias. Y lo peor de todo, nadie podía confirmarle si, efectivamente, el tiempo se había detenido en aquel instante.

Su esposa salió en busca de un te de borraja, y otra vez la luz lo aclaró todo. Ibrahim se desmayó, y cuando despertó, Latifa le entregó extrañada, un papiro que llevaba su nombre y que había encontrado junto a la recámara.

El lo abrió rapidamente y pudo leer la siguiente frase, que, parecía repetirse en 3 idiomas:



"En el tiempo del no tiempo,

la luz que profesen tu conciencia y energía,

sembrarán la semilla de una nueva era....

Y ya no abrá retorno.

Lo que hoy inicia con los elegidos,

será historia en el gran arca.

¡Toma tu alma y salvate!"



Ibrahim guardó el papiro, tomó las manos de Latifa y volvió a recostarse. Por primera vez sintió que se trataba de un mensaje de Alá. Recobró la calma. Cerró sus ojos. Agradeció y pidió sabiduría para comprender lo que significaban aquellas palabras.

Descansó un rato y, cuando despertó, comprendió que había llegado el momento...


Ibrahim en el desierto de arenas doradas




Por esos días todo era confusión. Su corazón estaba inquieto y no podía conciliar el sueño. Quería desestimar aquella sensación, pero... ¿cómo negarse a su propia intuición, si en varias oportunidades había sido su arma más fuerte?
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Tomó alguna de sus pertenencias y emprendió un largo viaje, de regreso a su tierra natal. Algo de ropa, de comida y de agua le serían suficientes para atravesar el gran "océano de arenas doradas", si... ese desierto tan temido por todos, capaz de extrapolar tiempos y realidades en un suspiro.
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Se dejó llevar... tan solo eso... Sentía que aquel viaje, le cambiaría la percepción de muchos aspectos de su existencia y que en él encontraría una enseñanza para su vida.
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Su camello fue su amigo y su único sostén durante largas horas.
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Cuando dio su primer paso, adentrándose en aquel universo, supo que no habría vuelta atrás. Un paso lo llevó a otro y a otro y a otro, hasta que en un punto, Ibrahim y su humanidad comenzaron a formar parte de aquel paisaje embriagador.
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El sol y el calor dibujaban distintas dimensiones en el aire. Algunas borrosas, otras más nítidas, pero todas entrelazadas y -en algún punto- convertidas en espejismos de agua. ¡Qué fenómeno tan extraño! -pensó-. Todo existe y no existe a la vez.
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Si los primeros días fueron difíciles, los siguientes lo fueron aun más. El agua y la comida se habían acabado. Solo le quedaban unos cuantos dátiles para sobrevivir, pero eso era todo.
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Ibrahim sentía que, en esas condiciones, no lograría avanzar mucho más, aunque lo intentaría hasta el final.
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Pero su voluntad resistió hasta que cayó desmayado fruto de la deshidratación y de los 55º que debía soportar bajo el sol. ¿Había sido un error o una locura su decisión? Su vida corría peligro. ¿Qué lo había motivado a tomar ese riesgo?
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La voz de un niño lo despertó. Un niño que le resultaba familiar. Lo vio correr bajo naranjos exuberantes... los mismos naranjos que tenía en el patio de su casa materna. Sus miradas se entrecruzaron curiosas. ¿De donde lo conocía? ¿Sería esa otra alucinación o un juego de su mente?
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De repente la imagen del niño se esfumó y apareció un anciano rodeado de gente... un anciano que caminó hacia él, sin percatarse de su presencia... y siguió camino dejando atrás aquella pequeña multitud en la cual se encontraban sus hijos...¿Sus hijos? ¿Como hicieron para encontrarlo? ¿Pero que les había pasado? ¡Estaban muy mayores! ¿Qué estaba pasando? ¿De que estaban hablando y por qué no lo ayudaban?
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De repente un joven se sentó a su lado y comenzó a hablar. Giró para mirarlo y ¡¡se encontró a si mismo muchos años atrás!! Si, si... allí estaba... él, hablando consigo mismo...Todo era mucho más confuso aun. ¿Estaba enloqueciendo o se estaba encontrando con otra realidad donde todo era posible?¡Claro! ¡Ahora lo entendía! ¡Ese niño era él, ese anciano era él, ese joven era él! Su pasado, su presente y su futuro sucediendo en un mismo instante. ¿Como podía ser eso posible? ¿Qué era el tiempo entonces? ¿Donde habían estado ocultos los distintos estadíos de su vida y por qué aparecían ahora? ¿O es que, acaso, estaba por morir allí, en esas arenas ardientes, que le habían tendido una trampa?
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El calor dibujaba velos sobre el aire. Y cada velo le traía un recuerdo distinto. ¡Que emoción reencontrarse con su niñez! ¡Qué impactante conocerse de adulto! ¡Cuantos caminos podía tomar en ese mismo instante si tan solo pudiese levantarse! ¡Todo estaba frente a si!
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De repente se esfumaron aquellas imágenes y los lugares por los que había estado o que podría estar... y volvió a quedar sólo, junto a su camello. Estaba muy débil, pero con una enorme paz.
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Por primera vez sintió la certeza de que nada era absolutamente como él creía y que nunca se iría del todo de este plano, porque todo coexistía en el mismo momento y en todos los tiempos.
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Comprendió que existía alguna forma de volver a su pasado o viajar hacia su futuro... y que -a pesar de que esa forma, no era amigable para él todavía- estaba en algún lugar esperando a ser descubierta.
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Comprendió que nadie es dueño de la realidad... y que todas son percepciones de la misma. Y comprendió que el tiempo escondía algo más complejo y que aun no estaba preparado para entender que sucedía con él.Pero bueno, ese no era el momento para descifrar el misterio. Ahora debía encontrar el modo de salir de ese lugar... porque su viaje no había llegado a su final.
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Miró a su compañero de viaje y se alegró de que estuviera ahí. Comió los últimos dátiles que le quedaban y se incorporó. Caminó unos cuantos km y a lo lejos vio aparecer las primeras imágenes de su pueblo. ¡Qué alivio!
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Volteó su mirada y sonrió al percatarse de que -a fuerza de una gran voluntad- había logrado vencer a ese infinito "océano de arenas doradas". Un desierto, en el cual nada era lo que parecía ser; pero que, sin embargo, había tendido ante sus pies, una nueva motivación para su vida.
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Cuando nos domina la ira


Era un día martes y prometía ser una jornada como todas, pero algo sucedió...
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David, uno de los hijos de Ibrahim, recibió a su principal proveedor de alfombras, y -en lo mejor de la negociación- comenzaron a discutir. Los gritos, se escucharon en toda la tienda y llenaron el aire de una gran tensión.
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Para intermediar ante aquella situación y liberar al sulfurado joven del ridículo, se acercó su amigo de la infancia, Badhi, quien era un buen entendido del tema, y podía darle un punto de vista más objetivo ante lo que estaba sucediendo.
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Pero David, lleno de ira y fuera de si, no pudo controlar su temperamento, y, en lugar de escuchar a Badhi, terminó descargando su ira contra él, quien nada tenía que ver con su bronca.
Lo agarró de su túnica y le dijo cosas muy hirientes. Como por ejemplo que, estaba cansado de que se metiera siempre en sus asuntos y que, si él vivía pendiente de su vida, era porque él era un fracasado y no podía lidiar, ni siquiera, con su propia vida.
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Ibrahim, observó desde afuera la irracionalidad de aquel cuadro y no pudo reconocer en su hijo esa mala conducta. Fue así que, esperó el momento oportuno, y sin importarle cual fuera la verdadera causa del problema, se acercó a su hijo, lo tomó del hombro y lo llevó hasta su casa.
Allí, y con la paz que lo caracterizaba, le preparó un buen café... y, mientras lo tranquilizaba, le profirió lo siguiente, mirándolo fijamente a los ojos...
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“Hijo, pocas emociones son tan destructivas como la ira. Uno, envuelto en ese halo de oscuridad, comienza a decir o hacer cosas de las cuales es muy difícil regresar. Pero no es uno el que habla. Es nuestro ego alterado quien nos obliga a actuar, para caer siempre bien parado, y es allí donde se produce el quiebre. Pero cuando actuamos sin pensar, perdemos nuestro poder para decidir lo que verdaderamente nos conviene o es acorde a nuestra ética personal. Nos convertimos, de alguna manera, en esclavos de nuestras emociones”.
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“¿Cómo es eso posible?”, le preguntó David.
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“Simple. Muy simple. Y te lo grafico a través de un ejemplo. ¿Ves esta casa? Bien, en esta casa que tan bien conoces”... - y señaló el espacio físico- “naciste y te criaste. Nosotros la fuimos levantando, columna a columna... habitación por habitación. Fueron muchos años de esfuerzo compartido los que necesitamos para que sea lo que hoy es. Cada recuerdo que alberga y cada detalle de ella forma parte de nuestra historia familiar y de lo que siempre quisimos y creímos importante. ¿Que sucedería entonces si, un buen día, me embriago con unos amigos, me peleo con uno de ellos y, al regresar, la incendio... por completo... para descargar mi ira y demostrar mi hombría? ¿Quien sería el más afectado y a la vez el más condenado por mis propios actos? David escuchaba con atención y entendió adonde quería llegar su padre con aquella reflexión. Y una lágrima comenzó a correr por sus mejillas.
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“Nunca volveríamos a recuperar nuestra casa”, le respondió el joven.
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“Así es hijo mío. Nunca la podríamos recuperar. Podríamos levantar una nueva casa... ¡Si! ¡de eso no me cabe la menor duda! ¡Todos somos capaces de eso! Pero ya no sería igual, y no solo por la imposibilidad de reproducir el espacio físico en el que vivimos, sino por ese triste recuerdo que quedaría latente entre nosotros... Lo mismo sucede con la gente que amamos” -continuó- “Cuando uno actúa fuera de así, es imposible ser justos con lo que decimos, por el simple hecho de que no pensamos al hacerlo. Nos dejamos llevar. Respondemos a un impulso y no medimos las consecuencias. En esta vida podemos perder mucho por ser irracionales, así que... cuando vuelvas a tener un problema... alejate y procurá relajarte 5 minutos para poder observar la situación desde afuera. Y solo cuando tengas todo muy claro, actuá, pero midiendo tus actos. Siempre tomá el control de lo que hagas y no permitas que una emoción controle tu vida”.
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El valor de las cosas




Alto. Moreno. De cejas gruesas, ojos negros y mirada profunda. Un hombre de carácter fuerte y sonrisa de niño. Hablaba solo lo justo y necesario. Su vida era simple por elección ¡No necesitaba grandes cosas para sentirse en paz!. Sus códigos eran inquebrantables y su sabiduría reconocida en todo el lugar.
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Así era Ibrahim… un padre como pocos, que procuraba a cada instante que sus hijos fuesen hombres de bien. Pues sabía que no había herencia mayor que pudiese dejarles.
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Junto a su hijo mayor, Sahid, atendía una pequeña tienda de alfombras, enclavada en el corazón de Marruecos. Este era un lugar muy bonito, lleno de colores y formas por doquier. Podía decirse que era el preferido por todos, porque las mejores alfombras del lugar podían encontrarse ahí.
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Ellos pasaban juntos largas horas, escuchando historias, negociando, comprando y vendiendo. Su trabajo era como un juego en el que se escudaban, para aprender de la vida. Ibrahim siempre decía que no había mejor maestro que el que se escondía dentro de cada uno de nosotros. Un maestro que se manifestaba a través de la observación.
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Un día entró a la tienda Latifa, quien buscaba algo exclusivo para decorar el salón de su boda. ¡Pensaba tomarse toda la tarde si era necesario!
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Mientras Latifa apreciaba el buen gusto encerrado en aquel lugar, observó sin querer la siguiente situación: las personas entraban y salían; las discusiones iban y venían y las cosas –que siempre eran las mismas- nunca se vendían al precio propuesto originariamente por Ibrahim… Al contrario… era como que, el verdadero precio, surgía luego de ser negociado. ¡Y a veces las diferencias eran descomunales!
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¿Cómo podía ser esto posible?
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Trató de no ofender a Ibrahim al cuestionar su “modo” de venta, pero su duda era más grande que su vergüenza y no quiso quedarse con ella. Así que, se acercó a él y le preguntó por qué las cosas cambiaban su valor con cada persona que entraba al lugar.
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Ibrahim, terminó de encender unas velas y de perfumar el ambiente con sándalo. Y con esa serenidad que lo caracterizaba, la miró a los ojos, esbozó una sonrisa y le respondió:
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-“Joven, las cosas no cambian de valor. Las cosas siempre son lo que son. Pero estas no valen por si mismas, sino a través de quienes las valoramos. ¿Ves este pequeño reloj de oro? Para algunos su valor es concreto… ¡cuesta tanto!… Para otros su valor es mayor, porque se encuentra atado -por ejemplo- a un recuerdo. Pero yo puedo presumir que el valor que este reloj posee para la persona que me lo vendió hace un tiempo, es aún mayor, porque al vendermelo, pudo salvar la vida de su niño, quien se encontraba enfermo y sin medicinas. ¿Lográs comprenderme?
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Ahora intentá responderme lo siguiente… ¿Cuántos pagarías tu por recorrer Marruecos? Probablemente nada, porque vives aquí y para ti no tendría sentido alguno pagar por conocer algo que ya conoces. ¿No es cierto? Pero.. ¿Cuánto pagarían los turistas que llegan de todos lados del mundo? ¡Fortunas! ¡Y tan solo para decir que pisaron nuestras tierras y se llevaron nuestros recuerdos!
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Así es el ser humano. Y mi trabajo en esta tienda, no es tan solo que las personas se lleven las alfombras que quieren, sino que se las lleven felices por haber pagado lo que creían que valían. Esto sería algo así como fijar el precio de acuerdo al valor que para cada persona tiene cada cosa. Al final de cuentas… ¿Quién podría cuestionar ese valor si está dentro de nuestra mente?"
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